domingo, 16 de diciembre de 2012

LAS ENTRAÑAS DEL INFIERNO (tercera parte)



-V-

Una noche más, lejos de nuestros hogares, en una localidad extraña sumida entre el alboroto de sus fiestas locales, el amo y señor de semejante doncella, cayó víctima de una sustancia adulterada de consumo poco aceptado entre la sociedad, y con las que solía costearse el gasto ocasionado cada fin de semana. Extirpó de cuajo la diversión de nuestras mentes e hizo que lo condujésemos con avidez al centro médico de la localidad, donde tuvo que ser hospitalizado con urgencia. Recuerdo situaciones semejantes causadas por el alcohol, ingerido con exceso en ayunas, pero nunca llegaron a tanto, ni causaron tanto temor. Esta vez estábamos lejos de casa y no era alcohol.
La situación vivida les llevó a romper sus lazos afectivos, según creí, ya definitivamente, así que me aproveché de la situación para entablar mayor confianza con quien ocupaba el centro de todas mis fantasías. Me ofrecí a llevarla a casa alguna noche en un vehículo que la atrapó, dentro de su hechizo de confort, ante los ojos de sus amigas, sujetas al desgaste de suela. Finalmente, la fuerza del universo nos sentenció a salir juntos. Conociéndola un poco más, no resultó ser tan afectuosa como creí, pero sí muy jovial y extrovertida con todo el mundo, carácter del que yo carecía, derivando con ello una presencia sin la cual me resultaba difícil pasar un fin de semana. Giré alrededor de un astro demasiado desmedido para mí que me condujo a un abismo irremisible.
Luces, sonidos, alcohol y brincos se conjuraron para que pudiese acariciar las curvas que me hicieron perder la razón. Fue una esquina, ambientada por horas de ignotas bebidas sobre nuestros cuerpos, la que acogió nuestra amistad para extenderla más allá de las fronteras de la ropa en furtivas caricias inexpertas.

Dando un respiro fuera de aquel lugar que congregaba a multitud de adictos a una oscuridad resquebrajada de luces sintéticas y vatios de sonido, volvimos al coche, abierto de par en par y del que surgía una música no menos atronadora. Allí estaban reunidos nuestros amigos, abasteciéndose de variados brebajes llenos de alcohol y danzando alocadamente alrededor del coche; un aparcamiento saturado de ambientes similares, fuera de la discoteca, en el que disfrutaban de mejores bebidas y más baratas de cuanto pudiesen costar en aquel infierno. Buscando emociones más fuertes que las proporcionadas por el alcohol, surgieron las drogas. Primero fue un porro, luego apareció nuevamente el diablo de mis sueños, aquel al que le arrebaté la novia y, como si nada hubiese sucedido entre nosotros, nos ofreció algo que según él era lo más. Mancebos despertando a la vida entraban al coche de dos en dos a probar el tentador producto, concebido en los avernos. Desde el exterior, pude observar tímidamente como declinaban sus cabezas para adorar las partículas que inhalarían por la nariz, ofreciendo un uso inédito de los asignados a un billete y un documento de identidad.
- ¡Bueno!. ¡Muy bueno! –decían algunos expertos saliendo del coche y frotándose la nariz-.
- ¡Huy, como pica! –dijo alguna chica-.
Supe que tarde o temprano me debería enfrentar a ello, cuando no tardé en oír una voz a mis espaldas que demandaba mi atención. Con unas pupilas dilatadas -no sé si por la falta de luz o por alguna otra sustancia-, la blanca y fina piel sonrojada, que distanciaba su rostro de la madurez, su pelo liso que no llegaba al cuello y con una tímida sonrisa, se ofreció a compartir un gramo de la nueva sustancia. En un principio, rehusé su oferta, pero verla dentro del coche agachando la cabeza para aspirar aquellas moléculas de polvo blanco, me llevaba a imaginarla con su fragilidad acrecentada, a efectos del estupefaciente y, limpiándose graciosamente su blanquecina nariz, con una sonrisa, decía: “¿Ves como no pasa nada?”. Así que en una actitud adulterada, me adentré en el vehículo para solidarizarme con ella y compartir una parte de la mercancía. Dispuesta sobre un práctico documento de identidad y haciendo uso de otro para separar las dosis, confeccionaba unas rayas que debían ser aspiradas con un billete convenientemente enrollado sobre sí mismo, a modo de conducto que facilitase la tarea de aspiración. Lo hice. También aspiré. Las primeras sensaciones fueron unos picores en la nariz, ganas de estornudar y cierto lagrimeo en los ojos, efectos poco atractivos para una nueva experiencia que para el resto de mis compañeros resultaba magnífica, pero posteriormente, en mi interior, se acrecentó un estado de relajación. Parecía que la fuerza de la gravedad diminuyese su poder. Luego los sonidos se tornaron magnéticos, las luces hipnotizantes. Todos danzábamos sin cesar ni sentir la fatiga, al ritmo de una música concebida junto a las sustancias que potenciaban su actividad, allá por donde la tiniebla habita.
Entre individuos con la mandíbula tensa, a causa de otros derivados, ella se acercó a mí en una danza erótica, potenciada por los alucinógenos que circulaban en sus venas, y volvimos a salir de tal  lugar subyugado al exotismo. Aquella vez no fuimos a buscar el coche donde quedaban algunos amigos. Lucían muchas estrellas en el cielo. La noche era muy clara y el verano la hacía mucho más atractiva. Fue allí, en un rincón un tanto alejado del ambiente nocturno, donde despedimos nuestra virginidad.
Primero fueron unos besos poco interesantes, luego, las circunstancias cobraron mayor emoción cuando otorgamos plena libertad a las manos, pero buscando ya la culminación de nuestros actos, prontamente pasamos a... Fue bastante delusorio. A ella al principio le dolió y sangró un poco, causando cierto temor, por otro lado, tras reemprender cuanto habíamos ido a oficiar, yo no pude contener mi secreción tanto como hubiese deseado. No resultó tan especial como decían. Luego lo intentamos remediar con un gramo más y volvimos al entorno del hechizo infernal.
Poco a poco el ambiente, como la noche, se iba apagando. Había menos coches, menos gente, más botellas y vasos esparcidos, la intensidad de la música era menor y poco variada en acordes, las ganas de danzar se convirtieron en vómitos y mareos. Mientras reposábamos algunos efectos tumbados en el aparcamiento, junto a ella, mirando una noche que comenzaba a blanquear, dijo:
- Mira que bonita esta hoy la luna.
Efectivamente, allí, presidiendo la cúpula celeste y acompañada de una estrella a cada lado, observaba como habían envenenado el encanto de su noche, para tristemente decolorarse entre la luz del amanecer. El ambiente había cerrado sus puertas. Todo el mundo regresaba a su lugar de reposo diurno, aguardando el próximo fin de semana.
- Sabes, voy a hacerme un tatuaje –añadió ella nuevamente abstraída en aquel firmamento-.
Antes de marcharnos, todos los que allí quedábamos volvimos a aspirar unas rayas más, después, cada uno se subió al coche en el que había venido y emprendimos la vuelta a casa, cada uno por su lado. Aquel fin de semana me había gastado más dinero que nunca.
Para apurar la jornada de diversión, sólo cabía una pequeña muestra de habilidad al volante, en una ridícula competición de velocidad, aprovechando el escaso movimiento de vehículos en la calzada y junto a las primeras incidencias solares.

-VI-

De pronto, una luz surgida del mismísimo infierno, violada por la velocidad del trueno, y un camión fantasma, gobernado por un ángel de la oscuridad, abortaron un final feliz, para convertirlo todo en un baño de sangre y dolor, entre el crujir de los hierros retorciéndose para amasar mi cuerpo y los de mis acompañantes. Yo resulté el más perjudicado tras perder a todos mis amigos. Ví el coche que tanto sacrificio me había costado, reducido a un amasijo de hierros. Quedé parapléjico, cargando en mi conciencia con la muerte de dos amigos y la pérdida de una enamorada que se fue con el coche, un mediocre deportivo de tres puertas que dificultaron el acceso para rescatar a quienes ocupaban los asientos posteriores. Tal vez con un minuto se hubiesen salvado. Siempre me quedará la duda.
La luna que presenció cómo nos envenenábamos en un entorno demoníaco, danzando en las mismísimas entrañas del infierno, quedó impresa en mi retina para recordar la perdida de la inocencia. Junto a ella dos estrellas. Un tatuaje perfecto.



--   Daniel Balaguer    http://www.danielbalaguer.es    https://sites.google.com/site/danielbalaguer

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