domingo, 29 de julio de 2012

RECUERDOS DEL PASADO (tercera parte)

Abandonados los juegos de pelota, ella empezó a presentarnos chicas incluidas desde entonces en el grupo (en un principio formado por tres mozos pululando alrededor de una sola chica), para que así nuestras relaciones no saliesen de aquel entorno concebido por su mente. Nuestra mejor amiga o posible pareja quedaba siempre dentro del universo por todos conocido. Tal vez así nada escapase a su absoluto control.

El problema surgió pues, cuando en el grupo empezaron a aparecer nuevas chicas; ya que antes sólo estaba formado por tres chicos atraídos por su carácter. Había entrado demasiado dentro de ellos y no tenían ojos para las demás. De algún modo, así ella se sentía el centro, pero poco a poco, intentó emparejar a sus posibles pretendientes (que posiblemente para ella sólo servían para financiar sus intereses) con otras de sus nuevas amigas, también atraídas por el enjambre de vida que manaba de aquel inusual clan. Aunque el verdadero volcán estalló cuando quiso dispersar una semilla de amor, que quien sabe si la encontró en un arrinconado cajón de su abuela, pero la semilla salió con gusano. La chica en cuestión, sin más pasó al destierro y nunca nadie del grupo la volvió a saludar. Y para mi desconsolado hermano, iniciado por primera vez en los desengaños con que nos golpea la vida tras el primer amor, idealizado y roto por nadie sabe bien qué, sólo quedaba la trabajosa labor de ofrecerle otra pretendiente, porque él tampoco era capaz de buscarla por sí mismo. Así es preciso que aquella amiga poco corriente gozase de su confianza y afecto. Lo malo es que nunca se dio cuenta por más que se lo advirtieron.

 

La rivalidad aparece con el sigilo de una serpiente; entonces se critica a la competencia y se intenta vender lo mejor de uno mismo. A veces se lleva a cabo una guerra por ganarse la consideración de alguien; pero en las guerras nadie gana nunca nada por más que quieran vender lo contrario. La gente empezó a crear subgrupos y cuchichear. Todo, una vez más, por obra y gracia del hombre, estaba siendo prostituido. La infancia y sus balones se iban alejando.

 

Claro está que las relaciones afectivas siempre escapan a todo control, y en ellas, dos siempre son pareja, tres son multitud. Allí cualquiera que no sean los propios interesados, queda al margen. Una vez presentados, el resto ya es asunto entre flor y abeja. Ella parecía no saberlo y en todo quiso involucrarse hasta el fondo, como una alcahueta distraída, con gran interés por conocer más detalles de los que vienen en los libros sobre las relaciones en la sombra de pareja.

Pronto empezó a perder el control cuando alguno de sus amigos no respondía como ella esperaba frente a su viejo y repugnante filtro de amor; nunca salieron mariposas. Todo se derivaba de su desconocimiento de la personalidad de cada uno; sus nociones siempre se quedaron en la pintura de la fachada. Guió las miradas de una triste y delicada doncella hacia mí, pero yo no tenía ojos para tan femenina y tímida chiquilla, llena de buenos sentimientos y sensibilidad, como después bien pude descubrir por mí mismo. Me atraía más el temple viril de una muchacha engastada en pantalones vaqueros y con un gran halo de jovialidad.

 

Es un proceso trabajoso librarse de la esclavitud de las miradas y fijar la vista sobre otras personas, sobretodo cuando estás calado hasta la médula por alguien que te ofrece todo lo que cualquier adolescente, un tanto retraído, pueda necesitar en aquel momento.

Con el tiempo empecé a percibir una realidad deformada a su antojo. Normalmente solemos creer en la palabra de alguien, aunque a veces esa palabrería sólo se emite para ser el centro de atención cuando uno cree no ser nadie o necesita sentirse importante dentro de su grupo. Lo más preocupante habría sido que ella acabase creyéndose cuanto decía, y probablemente, tras empezar a seguir el rastro de sus palabras, estaba empezando a quedar desterrado de su compañía, porque descubrí un filón con tantas mentiras como pelos tiene un gato.

Finalmente, emancipado de aquella presencia dominante, consciente de que yo también podía despertar a mi bestia oculta con carácter jovial, alcé la mirada levemente para divisar otros astros y esta chocó con la proximidad de unos ojos color avellana y unos gestos más refinados. Caí en la cuenta de que el verdadero atractivo femenino reside en una discreta timidez que envuelve al ser en un bello halo de fascinación y encanto. No todo en la vida es cava; a veces vale más un buen vino menos agitado por el gas, que tarde o temprano se desvanece en este mundo y la efervescencia de la bebida se amansa.

Decidí emprender una nueva iniciativa propia, esta vez sobre algo más seguro y sin alcahueta alguna de por medio. Como pequeño observador de la realidad que me envolvía, atendiendo a la confianza y los gestos que ofreció esta nueva amistad, me lancé buscando fraguar los sentimientos que creí haber descubierto. Unas flores, una carta... Por primera y última vez alumbré iniciativa. Hasta que me salí en medio de una gran tormenta tropical, porque ahora que yo me había excluido de aquel grupo, la misma que dejó que mis manos recorriesen su cuerpo; aquella que puso su cabeza en mi regazo bajo la luz de la luna bañando un parque; o quién admitió que yo le gustaba; ella, sobre la que puse mis ojos a buen recaudo, estaba ya conducida hacia el punto de mira de mi hermano. Todo fue maquinado en la hormigonera que la trotaconventos tenía por mente. Así que finalmente nada pudo fraguar y encima perdí el contacto que siempre tuve con mi hermano.

 

Ahora pienso que todos estuvimos buscando pareja como toros en celo dentro de un mismo recinto, apenas visitado por tres vacas. Me encontré como una estatua en medio de palomas, como un periódico en jaula de pájaros.

Resultó largo y trabajoso escapar de aquella caja llena de serrín para gatos, y mucho más librarme de las secuelas del olor a orines que aún quedan por algún rincón de mi alma; incluso a veces me llega una ráfaga de aquel pasado cuando me cruzo con ella por una calle de mis sueños.

Creo que actuábamos como burros que atienden al soborno de la zanahoria. Aceptábamos cualquier cosa que nos presentase con tal de permanecer a su lado y quien sabe si algún día tener derecho a roce o adquirir la condición de media naranja. ¡Éramos jóvenes! Y no sabíamos bien lo que necesitábamos.

Fueron muchos los que describieron órbitas diferentes alrededor del mismo sol, sin ver otras estrellas en el firmamento; nos hechizó. No importaba el sexo ni la edad, ella era el centro de nuestras vidas. Libremente escogimos ser esclavos de sus fantasías, disponer de todo cuanto demandaba en propio beneficio: estar a su lado, ser sus amigos porque ella nos daba la iniciativa que no teníamos. Pero estuvo jugando con nosotros. Muchos tardaron en descubrirlo y arruinó alguna etapa de su existir, otros se dieron cuenta, como yo, y nos fuimos.

Pero la vida da vueltas y sin imaginarlo llegaría un poco más lejos. Me aventuré en los glaciares que nunca nadie se atrevió a pisar, porque detrás de tanta jovialidad se encontraba una mujer fría como el hielo de mi nevera. Después de darle la espalda con una lupa, para que viese que la suya era más pequeña comparada con la mía, aún tuvimos un reencuentro. Era como si una fuerza magnética actuase entre nosotros y contra nuestra voluntad; nos distanciábamos un poco pero finalmente podía más que nosotros y volvíamos a estar como un cangrejo ermitaño y su caparazón.

La llamé muchas veces y nunca salió; sólo estaba cuando a ella le apetecía, satisfecha por haber alcanzado gran profundidad en tu corazón; ahora podía disponer de ti a su antojo. Cuando me di cuenta de que ocupaba todos mis días y pensamientos, intente alejarme un poco para ver si acudía en mi busca, pero nunca fue así. Tarde o temprano regresabas al grupo y una nueva presencia te sorprendía. Ella iba mostrando desinterés por ti; eludía tu mirada; era capaz de mantener diálogos confidentes con otro ante tus propias narices, y exhibía aquellos dientes tallados dentro de su sonrisa perfecta, en una oreja que no era la tuya, siempre mirándote de reojo, consciente de que te estabas fijando en ella.

Intentas olvidarla. Con el tiempo, crees que ya no mora en tus pensamientos; no recuerdas algún rasgo, pero no es así. Un día se muestra en tus sueños, te la cruzas en la calle y ni te saluda, o si vas acompañado de alguien que conoce, se digna a acercarse para saludar a tu amigo y no te ve. No existes, finge haberse olvidado de ti, aunque sabes que no es cierto, que de algún modo, también entraste en su vida y no aceptó tu libertad. Luego compartes con otro una experiencia semejante con la misma persona. También fue sustituido. Un día decidió ampliar su horizonte; andar en busca de las fantasías que nos presentaba; llenar su vida del mundo exterior. Ambos pudimos ver cómo sus mentiras sudaban por nuestra frente.

Siempre dio una imagen contraria a su realidad. Si atendíamos a sus caprichos, reinaba la armonía en el grupo y ella nos aseguraba la diversión. Pero cuando alumbrábamos cualquier muestra de iniciativa propia, el cielo se oscurecía y el silencio reinaba; todo acompañado de un claro distanciamiento entre ella que se contagiaba al resto del grupo. Finalmente siempre acabábamos cediendo para que no imperase la discordia, aunque a veces el mal sabor podía perdurar  varios días, incluso lustros.

Mientras ella era el centro del universo, vivíamos en un mundo mágico que evocaba nuestra faceta más inocente, pero sólo algunos quisieron crecer y mirar más allá del cielo conocido; una vez allí, pudimos ver la verdadera imagen que nos cegaba con sus destellos de vida, aunque sin más, quedamos desterrados tras probar aquel fruto prohibido.

Al mirar por el telescopio, libre del hechizo las cosas se ven de modo diferente. Ella podía desempeñar el papel de mejor amigo y confidente, asegurándonos una y otra vez que estaba de parte de nosotros o estar cuidando nuestros intereses para acabar robándonos hasta el alma, pero la realidad era bien distinta. Como la mayoría de las personas que rodearon mi vida, era de las que te besaba las manos y cuando permanecías ausente te acuchillaba la espalda.

Del mismo modo, jugó a ser el ciego ángel del amor; lanzaba sus flechas más allá del corazón humano, sin tener en cuenta los sentimientos o si existía cierta atracción entre quienes recibieron sus descargas. Y claro está, en las relaciones de pareja los intermediarios encubren los verdaderos sentimientos, pues quedan deslumbrados por su propia capacidad de ayudar al prójimo a encontrar el amor y siempre lo pintan todo de bonito.

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