sábado, 30 de junio de 2012

FUEGO Y PASIÓN, (tercera parte)

A la calma del atardecer, una vez superado el sopor postrero a la comida y meditar sobre el almohadón, accedí a la petición de enseñar a montar a la invitada y así evadirme de mis pensamientos. Movidos al ritmo de una guitarra que su tío apasionadamente afianzaba contra el cuerpo; animados por un fugaz rayo de sol, y dentro de la pequeña parcela para la doma de los caballos; cabalgó ella sola por primera vez, aunque ya parecía adiestrada en el conocimiento de los movimientos del animal, o quizá éste también quedó seducido por sus encantos y se dejó llevar con soltura. El resto del día se sumió en la calma.

Nuevamente cayó una noche más. Luces procediendo de la habitación del capataz se encendieron reflejadas en el patio interior, y poco después, las de otra habitación las reemplazaron. Señales que daban lugar a pequeñas procesiones por los pasillos, en el cambio de compartimento de una persona que, aprovechando una muy bien acogida e inusual erección, iba rápidamente a buscar alguien con quien compartirla. Haciendo un pequeño esfuerzo, resultaba fácil escuchar el crujido de la cama o como se llamaban el uno al otro sin descanso hasta finalizado su ritual. Hechos que evocaban mis recuerdos de infancia cuando, atraído por los quejidos del catre, acudía a espiar cuanto pasaba en aquella habitación.

***

Con grandes esfuerzos para evitar la huida de una sonora carcajada, observaba como la cara de gran bigote (siempre pequeña al lado de la pieza de carne blanca y fofa en la que se abismaba) desaparecía entre las piernas adiposas de su mujer. El sujeto se regocijaba relamiendo un pedazo de carne jada (cubierta del pelo mas negro que hubiese visto nunca). Después friccionaban sus cuerpos llamándose mutuamente por sus nombres de pila, tal vez maravillados frente a cuanto eran capaces de hacer. Parecían a una anchoa y una ballena buscando emparejarse con desespero, como si fueran los únicos supervivientes del planeta.

Siempre sentí como si se percatasen de mi presencia, pero nunca se detenían una vez en acción. Gracias a la contagiosa castidad de mi tía la monja (mi tutora, un angustioso personaje que siempre quería acceder a las arcas de la familia), nunca en aquel entonces llegué a entender la finalidad de aquellas maniobras. Tampoco me explicaron su propósito hasta que fui a servir allá de donde se salía hecho todo un hombre. Allí me enteré bien de la finalidad de sus actos con la vergonzosa ayuda de mis compañeros, dando por descartado el sacerdocio que tanto perseguía mi tía, al saber que yo era el único heredero de la hacienda de mis padres y que si me sucedía cualquier cosa, todo pasaría a manos de quienes estaban a cargo de la finca.

Fue sirviendo a la patria donde mis compañeros (ya bastante experimentados en desvelar los más insondables secretos que ocultaban las mujeres allá por donde llegan a besarse los muslos), burlándose de mi ignorancia en aquel tema (tras enseñarme la técnica manual), reunieron el dinero necesario para alquilar una de aquellas mujeres que se dejan hacer de todo un poco. Aunque sorprendida de mi estado y la edad que tenía, lo hizo sin cargo alguno por ver si me hechizaba y reincidía.

***

En una habitación bastante oscura, llena de observadores, todos bajo la influencia del alcohol, y en la que abundaban las risas, mientras yo me desnudaba tal como la experta había indicado, escuchamos el inquietante sonido de un chorro bastante grande y que haría buen borboteo en la letrina que acogía sin vacilar su tibieza. Con toda seguridad le debió aligerar el cuerpo de unos líquidos para disponerse a acoger otros. Dando por concluida su labor con el estrépito de unas ventosidades acompañando las últimas gotas y el sonido del agua arrastrando todo cuanto había dejado abandonado al destino, la puerta que ocultaba aquel inquietante misterio cedió ante la... no sé si decir mujer después de todo cuanto me hizo.

Alguien encendió con avidez todas las luces que encontró aquel día, pero el efecto del alcohol lo hizo llevar bastante bien después de todo.

- ¡Venga!. ¡Venga! –gritaban mis compañeros-.

- Un momento primero tiene que lavarse –añadió la mujer mundana-.

Llevándome al baño del que acababa de salir, hizo que me sentase en un bidé y se dispuso a lavar mis partes, igual que si se tratase de una lechuga, aunque no obstante y al parecer, iban emocionándose con tanta violencia de movimientos y restregones.

- ¡Ya era hora!. ¿Qué habéis hecho ahí dentro? –repetían aquella vez mis cómplices-.

- Tranquilos y dejadme que sé lo que debo hacer –respondió ella con frescura-.

Yo estaba más emocionado de lo que nunca hubiese estado, tenía todos mis pensamientos fijados en aquello que caracteriza a los hombres y que nos deferencia de las mujeres allá por donde el ensortijado vello florece sin distinción; parte que estaba más despierta que yo (pues diría que llevaba mi control), cuando de repente, una especie de “gata salvaje” caminando hacia mí, subió deslizándose sobre la cama a cuatro patas. De entre una mata de cabellos esperpénticos que le cubrían medio rostro, pude distinguir sus ojos maliciosos y una sonrisa picaresca. A causa de sus sinuosos y lentos movimientos, sus pechos ondulaban con un gracioso balanceo, hasta que finalmente, se detuvo ante el monigote intranquilo que se elevaba entre mis piernas y, sin decir, nada se puso a lengüetear. Noté un impulso titilante y una corriente placentera recorriéndome. No supe bien si por efecto del alcohol, pero casi me fundo con las sábanas de tanto placer. En absoluto se parecía a la técnica manual. De pronto ella se puso a expulsar lo que de forma inesperada le llenaba la boca.

- Esto se ha acabado –dijo ella escupiendo por doquier-. A lo que mis, desde entonces ya buenos amigos, se opusieron diciendo que como era la primera vez, acabase del todo con su trabajo. Finalmente ella asintió y...

- ¡Aaaah!. ¡Que calentito!. –No me quedaron palabras para describir aquel medio húmedo y pulido de tantas fricciones, pero fue un día inolvidable-.

***

Después las luces se extinguieron y la noche regresó a su calma habitual. Al amanecer, dos truenos cercanos, a los que siguió otro más tardío, desvelaron mi sueño y acudí a ver que sucedía. Reinaba la  frescura del amanecer. El sol aún no había dejado su lecho, pero ya estaba despertando. Los perros no cesaron sus ladridos, pero alguien los liberó de las cadenas que, hasta el momento, les estaban privando de su libertad y salieron disparados hacia no sé dónde. Una imagen de infinita blancura como un espectro pasó fugaz ante mis ojos y se adentró en las caballerizas, y yo con gran temor, ajustándome bien las gafas, me proporcioné un garrote para caminar con desconfianza hacia el lugar y ver quién era. Me asomé a través de la puerta entreabierta. Un caballo sobre sus dos cuartos traseros arremetió contra el portón, del que por fortuna pude escapar sin sufrir percance alguno, y salió veloz rumbo al punto de donde procedían los disparos. Me dispuse rápidamente a ensillar otro caballo y seguir a aquella ánima al galope.

El frío amenazaba con cortarme la cara. No había rastro del caballo. Pude oír a los perros ladrando alarmados a no mucha distancia. Mi corazón se debatía entre salir a luchar o permanecer oculto tras el armazón de huesos que le daba cobijo. De repente:

- ¡Psssst!. ¡Venga aquí!.

Allí estaba mi jinete fantasma, que no era mas que la reciente princesa de mis sueños.

- ¿Qué sucede?. -pregunté con una exhalación espesa, que se sumó a la del caballo, formando una pequeña bruma animal para desvanecerse con rapidez-.

- Se trata de cazadores furtivos. Mi tío está intentando dar con ellos.

Al poco después apareció arrastrando un ciervo exánime sobre el que pululaban los perros en un afán de arrebatarle la escasa vida que iba resbalando de su boca ensangrentada. Nunca antes había visto unos ojos tan dilatados y con el brillo de una reciente muerte, tal vez suplicando el perdón de sus delitos o la concesión del descanso eterno. Con sangre fría, dispusimos el cadáver sobre un caballo, después de todo iban a ser aprovechadas sus sabrosas carnes.

- ¡Maldita sea!. No he llegado a dar con ellos. Es la tercera vez ya este mes –exclamaba fatigado empuñando un rifle tan achacoso como él-. Será que ya me estoy haciendo viejo -repuso.

Al llegar a la caserna estaba esperándonos un copioso almuerzo junto a la chimenea, en la que el fuego y el silencio de los allí presentes afectados ante la gélida e inesperada madrugada, evocaron en mi memoria el día en que conocí a la que pocos años después iba a ser mi esposa.
LEER MÁS...

lunes, 25 de junio de 2012

FUEGO Y PASIÓN (segunda parte)

La noche fue larga. En mi mente no dejaban de sucederse las imágenes de dos personas, cuyo rostro quedaba envuelto en la oscuridad, mientras gozaban del placer que eran capaces de proporcionarse mutuamente, gracias a mi ausencia. Todo se repetía una y otra vez, hasta que este cansino cerebro, cesó sus maquinaciones para quedar vencido por la fatiga.

La noche nos fue abandonando para, así, ir a ofrecer su descanso en la otra cara del mundo. Lo dijo el canto de un gallo, que daba la bienvenida al nuevo día y me  animó a ver el alba desde mi hacienda, como tiempo atrás. Marché hacia las caballerizas, y después de colocarle la silla a uno de los caballos, salí a pasear por la finca, bajo una luz tenue, acogida entre la calma. Una tonalidad rojiza al fondo del paraje, iba adueñándose del firmamento, del que salía una bola de fuego que alimentaba mis ojos sedientos de venganza. Y mientras la mente proseguía en sus cavilaciones, el sol fue ascendiendo hasta culminar todos sus dominios.

 

Entre unos olivos, se escondía una cautivante silueta, frente a un árbol que le hacía de caballete y sobre el que descansaba un lienzo, donde la belleza del paraje quedaba impresa en suaves pinceladas llenas de colorido. Aquella dama, vestida con una especie de túnica blanca, parecía recién extraviada del paraíso de los dioses. Allí estaba ella, inmersa en su creación; sus oscuros cabellos, recogidos con una peineta de madera, adornada mediante una diminuta flor, dejaban la nuca al descubierto para culminar el escote de su espalda; una dura y cruel piedra acogía con gusto la firmeza de aquella noble figura, que recordaba a una estatua esculpida en la antigua Grecia. El caballo, alterado por su misteriosa presencia, relinchó sobresaltado, queja que fue a estorbar la labor de semejante  doncella.

- ¡Se encuentra en una propiedad particular, por favor, abandónela enseguida o avisaré al guarda! –anunció ella con una voz alimentada en la adrenalina del sobresalto, al tiempo que intentó ocultar sus quehaceres-.

- Siento molestarla, pero esta propiedad es mía más mucho allá de donde alcanza la vista. ¿De dónde ha salido usted?. ¿Qué hace aquí?.

Acercándose donde yo estaba, hizo una leve inclinación de la cabeza a modo de saludo. Toda envuelta en aquel vestido, sólo le quedaban al descubierto unas sandalias, que eran la única protección de sus pies en una tierra enterrozada y pedregosa. Prenda que favorecía la distinción de su cuerpo en una feble transparencia casi virginal, que mis ojos anhelaron descubrir recorriendo su figura, de una esbeltez inigualable a cualquier otra de las mujeres que antes hubiese conocido. La piel de su rostro, acariciada por el sol; los cabellos, oscuros como la noche, con reflejos de luna; unos ojos de admiración, color azabache y de mirada sincera, protegidos por vistosos párpados que sus estilizadas cejas coronaban,... Todo ello desvió mi atención de aquella prenda sedosa, hacia su afable rostro.

- Disculpe señor. Soy la sobrina del hombre que se ocupa de estas tierras y que vive en la caserna, detrás de aquellos pinos –dijo señalando a mis espaldas-. ¿Y usted quién es?.

- Soy el propietario de esta finca. Por favor disculpe mi intromisión. Vine anoche y como no la había visto antes... Bueno, la verdad, es que tampoco nunca me han hablado de su familia –dije yo mostrando un orgullo rebuscado entre mis sentimientos heridos y, haciendo uso de mi galantería, proseguí-. Si permite que me presente... Para servirla. Se encuentra muy lejos de la casa y es peligroso estar aquí sola para una mujer como usted. Además el sol ya empieza a quemar. ¿Me permite que la lleve hacia allá?.

- Lo agradecería mucho, pero nunca he subido a un caballo, les tengo respeto. Si es tan amable y me ayuda a subir... –Fueron las palabras escapadas de sus labios con la pletórica dulzura que mi corazón necesitaba oír-.

Desde encima del caballo, le extendí la mano para ayudarla a subir, y mis ojos, volvieron a buscar consuelo admirando la redondez de un busto con el que el creador culminó la perfección de toda su obra. Resultó difícil resistirse a aquella figura. Estaba por encima de cualquier problema.

Sujetando sus cosas bajo el brazo, sentí la suavidad de su mano ajustándose a la mía con la misma delicadeza de una madre acariciando a su hijo (me pareció estar sosteniendo una volátil pluma para evitar que el viento se la llevara hacia sus confines). Ya sobre el caballo, sus brazos se agarraron a mi cintura en un contacto tenue. Mi espalda temblaba ante el roce casi etéreo, a través de la camisa, de unos pezones vigorosos elevándose en la cima de unas mamas torneadas por un buen alfarero. El calor de su aliento rondaba por mi nuca, sobrecogida ante su hálito de vida. Gotas de un sudor frío, desembocaban escurriendo por mis costillas y me estremecieron la piel frente a tal cúmulo de sensaciones en tan inesperado momento.

***

- ¡Ah, veo que os habéis conocido! –dijo el tío de la beldad a la que yo acompañaba, saliendo de las caballerizas-.

- Sí, me la he encontrado sola por allá, dibujando los olivos y como no me dijisteis nada ni tampoco la vi anoche...

- ¡Ya!. Vino ayer por la mañana. Fue tan repentina su visita y como ella estaba dormida a aquellas horas, ni tampoco se presentó la ocasión... Ha venido a visitarnos unos días y sin avisar la... Bueno, dejadme el caballo.

Para bajar del animal, se sujetó de mi hombro y de la mano de su tío y consiguió tomar tierra con la exquisitez propia de una princesa.

- Quisiera que me enseñase a montar a caballo antes de que me marche, si dispone de tiempo y no le molesta –comentó la doncella con una voz dulce a la que era difícil resistirse-.

- Con mucho gusto; cuando lo desee, señorita –y ambos nos fuimos cada uno por su lado-.

Ya se percibía en el aire el estado de la comida que estaba preparando mi nodriza. Entre tanto, aproveché para darme un paseo por los alrededores de la casa, que visiblemente comenzaba a notar mi ausencia y mostraba su edad con grietas, falta de colorido, deterioro por el tiempo, los pájaros o la hojarasca y la avanzada edad de quienes estaban a su cargo.

La capilla reunía únicamente telarañas, polvo e insectos muertos en aquel suelo sagrado donde se celebraron las ceremonias del adiós de mis padres, muertos ya entre el recuerdo de la infancia. Lugar que me llevó a ir al cementerio familiar en el que descansaban sus restos.

Árboles secos, otros para podar y estatuas de mármol entre flores marchitas, me traían al recuerdo la decadencia del esplendor pasado de mi familia; suplicaban mi ayuda para prolongar nuestro caduco linaje, del que yo era el último de una noble casta pura. Arrodillado ante el sepulcro de mi padre, exprimiendo unas lágrimas para darle un hálito de vida, le pedí ayuda, y al levantar la vista, otra vez aquel misterioso encanto de la naturaleza, bosquejaba las tumbas sobre un nuevo lienzo. Tal vez era un espía o estaba recogiendo toda mi vida y mis recuerdos para llevárselos y quitarme lo poco que tenía.

Esta vez fue ella quien se acercó a mí, desconcertada por el lagrimeo de mis ojos, afanosa a ver qué me sucedía.

- ¿Qué te ha pasado?. ¿Por qué lloras?. –dijo tuteándome como ya conocidos de tiempo atrás-.

Todo avergonzado al ver mi hombría manchada de lágrimas ante una mujer, y sin poder emplear la excusa del mosquito en el ojo, le mencioné lo sucedido con mi esposa. Visiblemente afectada por cuanto le referí, intentó consolarme acogiendo mi mano entre las suyas.

- Si puedo hacer algo para ayudarte...

- Lo agradezco, pero estoy totalmente desconcertado y aún no sé cómo actuar en esta situación. Por favor, déjeme un momento a solas para pensar, no se ofenda.

- Te conviene descansar un poco de todo eso y verás como se soluciona. Ahora vayamos a comer, por cierto hace que me sienta vieja al hablarme de “usted” –dijo con una sonrisa para intentar elevarme un poco la moral mientras nos dirigíamos hacia la casa-.

Durante la comida referí lo sucedido entre mi esposa y yo, evento que les dejó realmente estupefactos, ya que siempre habíamos estado muy bien avenidos y la vida nos era próspera. Bajando la cabeza sobre el plato en señal de derrota, percibí como todos los ojos calaban en mí, especialmente los de ella. Tras alzar la mirada para dirigirla hacia la muchacha, esta tímidamente la quiso esquivar. Allí estaba de nuevo, con sus estudiados y perfectos movimientos. Centré mi atención esta vez sobre sus párpados mariposeando como las alas de una mariposa sobre la escudilla. Era algo inconcebible fijarme en ella después de cuanto había vivido con mi mujer, pero algo inexplicable brillaba en aquel rostro. Tal vez era la llamada de la infidelidad, una venganza.

LEER MÁS...

lunes, 18 de junio de 2012

FUEGO Y PASIÓN (primera parte)

Frágiles como la luz del crepúsculo eran las lágrimas que se desprendieron de los ojos enturbiados de quien había compartido muchos años de mi vida, la inocente dama con la que me casé. Mirada bajo el influjo del engaño y la infidelidad, al ser sorprendida haciendo partícipe su secreto de mujer con otro hombre que yo apreciaba; un buen compañero del que nunca hubiese esperado ocurrencia semejante.

Debajo de la persona que honré tan pronto se cruzó en mi vida, aquel hombre, sosteniéndola por la cintura, le daba un movimiento rítmico, arriba y abajo, todo acompañado por unos gritos de placer que clamaban el fuego de su pasión. Ligeramente envueltos en unas sábanas que disimulaban sus cuerpos desnudos, se desenvolvían con soltura; sin duda estaban acostumbrados a realizar aquello durante mi ausencia. De repente, una aparición que nunca esperaron, cortó de cuajo sus agotadores quehaceres. Unos ojos casi a punto de abandonar sus órbitas, miraban el suelo con sumisión, mientras las manos recogían todas las sábanas, que en aquel momento, parecieron no ser capaces de ocultar la desnudez de sus dos cuerpos cálidos y sudorosos, pero que pronto se enfriaron con rapidez, sobresaltados por mi presencia. El mutismo envenenó la escena, de la que fue a surgir la ira contenida en mis ojos; unas lágrimas amargas que corroyeron este corazón que en aquel instante iba más acelerado de su ritmo habitual; amenazaba con salir por la estrecha garganta que le impedía su paso, dificultando así el aliento de mis pulmones. Hechos a los que no daban crédito mis ojos, temblorosos ante imágenes tan fatídicas y que hicieron aflorar una visión de muerte en ellos, al ver como la familia que creé, se destruía en apenas una pequeña fracción de tiempo. Mi sangre también se envenenó de la cólera que surgía de los hechos que acababa de presenciar.

Las ganas de cometer un asesinato, se acumularon en estas manos, en las que la sangre se remansaba buscando darles la fuerza necesaria para vengar semejante ultraje. La mirada de mi mujer me acobardó y fue a impedir que tal vez llevase a término mis intenciones. El lagrimeo que destilaban sus ojos, al ver su lealtad manchada, corroyó mi susceptibilidad y me dio el aliento necesario para hacer las maletas, entre suspiros, quejas y súplicas, mientras el sujeto que había descubierto las intimidades de mi mujer, abandonaba la escena de los hechos, para evitar posibles arrebatos de violencia sobre sus partes de carne ya flácidas.

Años de pasiones compartidas con una mujer especial y que dieron sus frutos en un hijo y una hija maravillosos, se hacinaron en mi recuerdo, donde la mente los examinaba una y otra vez para buscar aquello en que pudiese haber fallado. Atrás dejé la casa que construí para formar una progenie; las lágrimas que surgían de lo más profundo de las entrañas de mi mujer; la extrañeza en la mirada de mis hijos, desconocedores de nuestra situación... Era tiempo para pensar alejado de aquel amargo suceso; qué mejor sitio que el de mi infancia.

Tampoco nunca llegaría a imaginar que, bajo la presión de aquellos hechos, yo pudiese caer también en el mundo de las pasiones en una aventura fuera de la vida matrimonial. Fue con una misteriosa mujer que siempre aparecía por doquier y que un día, volvió a su Olimpo, del que nunca debió salir, tal como había aparecido, envuelta en una sensualidad innata, propia de la lujuriosa Grecia.

***

Un estrecho camino de tierra, largo y de colores invariables, envuelto en un silencio quebrado por el ruido de mi vehículo y, abriéndose paso entre vastas extensiones de olivos, me conducía hacia mi casa de verano. Todo bajo la oscuridad de una noche en la que se podían ver gran cantidad de estrellas alrededor de una luna inapreciable, lugar al que hacía casi dos años que no iba.

En la lontananza, unas pequeñas luces llamaban la atención entre tanta soledad y monotonía. Un perro ladró ante el ruido del coche, dentro de las caballerizas los équidos se inquietaron interrumpiendo su descanso. Entre tanto alboroto, de la casa surgió aquel hombre delgado, de blancos cabellos e inmenso bigote que solía enclavar en los lugares más recónditos, persona que era como un padre para mí, hombre al que no había visto en mucho tiempo.

Un aire limpio, con la fragancia de los pinos, se adentró en lo más profundo de mis pulmones para devolverles la vitalidad de años atrás. El olor a leña quemada vestía la noche y evocaba aquellos entrañables momentos junto al fuego con quienes yo más amé, siempre acompañados de la animosa sonoridad de una sobada guitarra española.

- ¡Buenas noches señor!. ¡Cuánto me alegra volver a verle!. ¡Hay que ver el tiempo hace desde la última vez que vino por aquí!. ¡Pase, pase!. ¿Qué le trae por aquí a estas horas de la noche?. ¡Venga!. Entremos dentro de la casa que ya refresca y verá a mi mujer.

Con la serenidad que le caracterizaba, se acerco para darme un fuerte apretón de manos y un gran abrazo. Me recibió como a un hijo pródigo y finalmente entramos dentro de la casa, donde su mujer, bien hacinada en carnes, recogía los despojos de lo que supuse una de sus cenas a base de carne guisada.

- ¡Deja eso muchacha y mira quien ha venido a estas horas!. Y... Bueno, supongo que para quedarse unos días –dijo con una voz ronca que le salió sorteando el tabaco de mascar que llenaba su boca-.

- ¡Ay!, Este muchacho. Ven que te dé unos besos. ¡Cuanto tiempo!. ¡Señor!. Veo que también ha engordado un poco, ¡eh!. No si los años no perdonan a nadie. ¿Qué le trae por aquí?. ¿Quiere algo para cenar?. Mire, se lo preparo en un momentito. ¿Ha venido solo?. ¿Y su mujer?. ¿Y sus hijos?...

Seguía como siempre. No paraba de hablar ni para dormir y tampoco cambió sus atuendos con los años: una prenda del tiempo de la guerra, manchada de aceite y que no me explico cómo se la podía poner, ni como le dejaba respirar, le marcaba aquellos voluminosos pechos que me libraron de la muerte por inanición de pequeño, llenos de la leche que no pudo apreciar su hija nacida muerta. Bajo aquel ropaje, con toda seguridad, las bragas brillarían por su ausencia, como ya una vez bien pudo percibir mi hijo. También los últimos años la habían castigado con unos kilos de más y eso que nunca le faltaron.

- No, no quiero nada, gracias, lo siento. ¡Si son las dos de la madrugada!. Ha pasado algo que ya os explicaré, ruego me disculpéis, pero mañana hablaremos. Es muy tarde y estoy cansado del viaje -dije yo con un cierto tono seco y apagado que me salió del alma, tal vez a raíz de la desgracia que arrastraba. Lo cierto es que así corté toda la extrañeza de la situación-.

- Bien, bien, tanquilo ya hablaremos mañana con más tiempo. Enseguida le preparo su habitación. Baje las maletas del coche mientras adecuo la cama, que aquí por las noches sigue haciendo bastante frío -manifestó la mujer con cierto descontento, puesto que hablar con alguien era lo que más apreciaba entre tanta soledad-.
LEER MÁS...

domingo, 10 de junio de 2012

UNA PARTE DE ÉL

Ya está, todo ha pasado; no hay cabida para las preocupaciones, siempre quedan atrás. En tus oídos permanece el eco de los últimos sonidos que poco a poco se van haciendo más tenues, hasta que dejas de escucharlos. Sientes un extraño frío que no tarda en desaparecer y finalmente acabas por no sentir nada. Vacío, silencio, paz. ¿Qué pasa?. Estas flotando como una pluma al viento. Miras hacia abajo y te ves tendido en una cama, parece una extraña fantasía, un sueño del que quieres despertar. Observas como en menos de dos minutos tu cuerpo se descompone del todo, hasta que una brisa se lleva tus cenizas. Quieres despertar de esta pesadilla, pero algo te invita a continuar, sin miedo.

Ahora la tierra va quedando atrás. Te das cuenta de que tienes una luz que atraviesa tu piel, sale de dentro de ti, estas brillando, pareces una estrella. ¡Qué bonito!. Ya no quieres despertar porque te encuentras muy a gusto, relajado, en paz, libre; es entonces cuando te gustaría que siempre fueran así las cosas. Todo el cosmos gira a tu alrededor para darte la bienvenida. Bienvenida, ¿a dónde?. ¡Una explicación!. ¿Qué pasa?.

De repente todo comienza a pasar muy deprisa, parece que viajas a la velocidad de la luz. El universo entero es una masa refulgente  apenas surcada por unas líneas de oscuridad, de misteriosa noche. Ves una pequeña mancha oscura al final de túnel en el que parece te hayas adentrado sin darte cuenta, salvo que es un pasadizo de luz y en la salida, en lugar de ver el día, queda la noche.

Sucede una gran explosión que surge de tus entrañas, pero no te hace daño alguno, al contrario, parece que te inunda de vida, sed de conocer más, expande tu mente más allá de los límites del universo; has crecido hasta alcanzar los confines del infinito. Una gran felicidad te embarga, hasta que de pronto, parece que todo haya pasado; se ha hecho el vacío; no hay movimiento, ni sensaciones...

Estas volando. Sientes cómo el viento azota tu plumaje y te das cuenta de que eres un pájaro que se desliza por el cielo con gran suavidad. Hacia la derecha, ahora a la izquierda; un leve movimiento de cola y ya está. Ves la ciudad allá bajo y optas por acercarte a un bello jardín. Oyes el canto de otros pájaros, una moto, la algazara de unos niños jugando en el parque; captas unas palabras sueltas que trae el viento tal vez. Pero alguien te esta hablando y cierras los ojos para concentrar más tu atención sobre aquellas palabras, que resuenan como en una habitación vacía; sabes que van dirigidas hacia ti. Poco a poco entiendes alguna frase y te parece algo familiar. La voz va subiendo de volumen hasta que notas como sale de tu interior, eres tú el que hablas. ¡Qué raro!, también te estas escuchando, pero ahora no puedes ver nada. No puedes abrir estos ojos, ni tienes conciencia de tu propio cuerpo. Es todo tan diferente, que al principio cuesta acostumbrarse.

Alguien llora y sus llantos salen de la gran oscuridad en que se han sumido tus ojos. Ahora al menos ves un fondo negro, empiezas a ver. Hay mucha luz, tanta que te ciega, pero se va ajustando, como un televisor en el que se sintoniza una señal. Al fin has dado con ella. Hierba verde, flores en el suelo, zapatos negros, gente. ¿Qué lugar es este?. ¿Un cementerio?.

Una lápida. Un nombre que te resulta familiar, aunque lejano.

La abrazas porque llora, necesita tu consuelo, aunque no sabes quién es, pero se encuentra junto a ti, cogida de tu mano. Todos lloran y tu, en cambio, no; te encuentras muy bien. ¿Por qué lo hacen?. No te interesa.

¡Qué alivio!. Por fin te han sacado a pasear, con las ganas que tenías. Estabas en el límite, ya no podías más. Ese árbol te va a venir de perlas; le vas a decir quién eres. Te aprieta el collar, pero, aún así, tiras y tiras hasta que... ¡Uf!. Costaba aguantar. Como huele por aquí. ¿Qué es?. ¡Aaaag!. ¡Qué asco!. ¿Qué hago oliendo esto?. Mejor me voy.

Ahora percibes la calidez del sol sobre tus pétalos y sientes el cosquilleo de una hormiga que camina por una de tus hojas; eres una rosa, pero te van a cortar, tampoco te importa.

Que palabras tan bonitas. Esto es mejor. Ahí esta ella, sentada delante de ti diciéndote cuanto te quiere. ¡No!, ¡no!, eres tú el que dice cuanto la quieres. La rosa cambia de manos. ¡No es posible!, pero si lees el pensamiento; te ruboriza, parece que estés desnudo. Es una pareja diciéndose cuánto se quiere. Eres tu y ella a la vez.

¡Estoy vivo!. Más que nunca te sientes lleno de vida, integrado en el mundo, eres una parte de él; viento, lluvia; un gato, un pez. Ahora ya puedes elegir.

Una nube de humo llena tus pulmones y oyes un gran ruido, parece una explosión. Hay un botón rojo bajo tu mano. ¿Qué pasará si lo pulsas?. Unos pocos van a decidir el destino de todos.
LEER MÁS...

lunes, 4 de junio de 2012

PROBLEMAS, PELOS Y ALEGRÍAS (segunda parte)

Para colmo, nunca le gustó el baloncesto, así que su talla nunca pudo ser motivo de esa admiración que a veces pueda sentirse por los deportistas de la élite de este deporte, aunque por supuesto, causaba gran asombro a primera vista. Pero este asombro, podía convertirse en recelo, si sumamos, además, que el pelo brotaba por todas las partes de su voluminoso cuerpo. Solía causar cierta impresión de repulsa por quines se consideran siempre perfectos o mejores que los demás. Lo cierto es que él era una persona para la gente de “a pie” y no para esos que caminan entre algodones, porque en el fondo, no podía dejar de mostrar esa repulsa hacia quienes amasan riqueza y miran a los demás por encima del hombro. Por supuesto, disponía de las herramientas para ocultar ese sentimiento, pero sus palabras siempre acababan por saltarse las barreras y soltar algún comentario, de esos que son ciertos, pero que nunca quieren ser oídos porque ponen entredicho la perfección del mundo en el que se afirma vivir.

Dejando de lado esas disquisiciones de las que quizá pensemos que únicamente sirven para llenar páginas, aunque lo cierto es que traen puntos de reflexión, opiniones sobre las que estar más o menos de acuerdo, o simples herramientas literarias que prueban nuestra valía como lectores interesados en una determinada narración, diremos ahora de él que estaba entrando ya en esa edad donde uno empieza a plantearse con seriedad el hecho de formar una familia y tener hijos, o quedarse soltero para siempre. Cada día se le presentaba aquella incógnita y miraba a esos padres con sus hijos en el supermercado, en el parque, paseando por la calle, jugando con ellos en la piscina; velando por su integridad, acompañando sus primeros pasos, llevándoles el alimento a la boca, levantándolos por los aires, dándoles un beso, consolando su llanto, mostrándoles el mundo y le gustaba ver aquellas imágenes pensando que él también podría ser padre; y además, estaba convencido de que sabría hacerlo bien. Le entusiasmaban los niños y si por él fuese, se pasaría el día jugando, pero los años que pesaban sobre sus espaldas y la imperiosidad social de sentar la cabeza y comportarse como un adulto, tiraban de él hacia otro lado. Convivía en el mundo de los adultos comportándose en cierta medida como un niño, o al menos lo simulaba muy bien; y en esto, sacaba muchas sonrisas de las damas por las que momentáneamente suspiraba, porque sabía que pasados unos minutos, ellas iban a arrimar el hombro a otro doncel más guapo y a su altura, porque no se puede ir siempre con tacones para aparentar ser un poco más alta, porque a pesar de todo, no dejaban de ser “bajitas”.

Después, empezó a fijarse en esos amantes sentados en un banco del parque, besándose en el cine, caminando juntos y cogidos de la mano, compartiendo sus vidas, sus dudas y sus temores; también miraba a esa pareja de ancianos acompañando con ternura los achaques de su vejez, ayudándose en los pasos del otro y compartiendo los recuerdos de sus viejas glorias en tiempos en que la juventud les sonreía. Le parecía una opción agradable, un bonito camino a tomar, por eso a veces maldecía a su suerte, su talla, su destino y su dios por haberle hecho así.

El tiempo pasaba y en el cruce entre la vida marital o la soltería, todo parecía inclinarse a hacia una vida de celibato y sin congénere, hasta que un buen día, en otra de esas tantas ocasiones en las que él llevaba su saco de alegría, con el que cabe decir que ahogaba sus penas, una doncella se sonrojó con una de sus gracias y después con otra más; finalmente le lanzó una bonita sonrisa.

Él suspiró, intentó borrar sus pasiones y sentimientos, para no caer en otro desengaño, además, ella, muy al contrario que él, era de las consideradas bajitas. La cosa no saldría bien. Dejó de lado sus fantasías y prosiguió la fiesta como un niño desconsolado, dando un poco de pena para que cuando cualquiera le prestase atención y acudiese a consolarle, enseguida sorprenderle con una sonrisa, con una flor, con un chiste, un cuento, un poco de alegría, para que todos viesen que una sonrisa, vale más que todo el oro del mundo; que una sonrisa, derriba las murallas entre las personas; que una sonrisa, conquista todos los mundos; que una sonrisa ahoga las penas, aunque sólo sea por un instante.

Sin esperarlo, de nuevo salió a su encuentro aquella mujer considerada bajita; le rondaba desde lejos siguiendo sus acciones, sus pasos, sus gracias, hasta que armada de valor, quizá vencida por la desesperación que le producía su fiel compañera soledad, se le acercó y le dijo:

- Grandullón, nunca dormiré sin conocer tu nombre; no volveré a respirar sin sentir tu aliento sobre mis labios; tampoco me moveré si un baile no me concedéis.

 

No se sabe bien qué les llevó a formar aquella extraña pareja; quizá el miedo a la soledad, tal vez el egoísmo de ella por querer una sonrisa todos los días; quién sabe si es que sus físicos no les permitirían mayores aspiraciones; posiblemente ella no quería tener unos hijos bajitos y pensó que sería bueno cruzar sus genes con los de aquel grandullón; el caso es que poco más de un año después, tuvieron un hijo y le pusieron por nombre David, porque él derribó al gigante de sus temores. Después vino una hermanita, a la que llamaron Paz porque por fin habían podido sosegar sus espíritus.

Desde entonces, vivieron como otros muchos, amándose el uno al otro, acariciando sus respectivas arrugas, contando sus canas; disfrutando de sus hijos, viéndoles crecer y sintiéndose cómo se alejaban con los años para retomar sus propios caminos; pero se tenían el uno al otro. Cómo se las apañaron en los menesteres del matrimonio, es algo que no me atrevo a imaginar o por lo menos a contarles.

Fue una familia un tanto “rara de ver”: él demasiado alto, un poco calvo, con barriga de cervezas y buenas tapas, y muy velludo; ella muy bajita, delgada, con las cejas juntas, con gafas, mucha nariz, poco pecho y las axilas para depilar; sus hijos... mitad y mitad, sin que a ninguno le faltase ni le sobrase nada, es decir, con la talla justa; y eso si queda decir, muy guapos los dos, al menos a ojos de sus padres, como pasa siempre; pero eso sí, siempre estaban alegres. No les resultó difícil encontrar una pareja ideal para cada uno.
LEER MÁS...