domingo, 15 de abril de 2012

EL REY desTRONADO (2ª Parte)

Enviaron una avanzadilla de espías para que observase si había guardias, puertas, movimientos que permitiesen algún descuido... De cuando en cuando, salían al río a por agua y esta era su oportunidad. Enviaron pues un emisario para comunicarles el punto débil por el que atacar: en aquel momento las murallas se abrían y unos cuantos bajaban al río, a los que también podrían tomar como rehenes si la cosa se ponía fea. La comida estaba en la mesa.

Marchó entonces una pequeña tropa, que se escondió al acecho tras los árboles esperando a que los otros diesen la señal. Cayó la noche; se levantó  el día; las puertas se abrieron... y antes de que nadie saliese, ya estaban todos dentro yendo a golpe de maza a derecha e izquierda. Puñetazos, patadas, golpes de garrote, codazos, estocadas con lanza, cabezazos, pedradas,... Había de todo.

Según balance, el ataque costó tres bajas, veinticuatro dientes, una lengua, dos brazos, una pierna, siete dedos, cuatro pies, una mano, tres orejas, un testículo, cinco narices, un ojo, dos mujeres, doce tomates, nueve gallinas, una cabra, dos conejos, nueve naranjas, quince manzanas, siete mazorcas de maíz, dos melones, un caballo, un antílope, un carro, tres cerdos, cinco antorchas y también ardieron tres cabañas.

Lógicamente, los frutos del saqueo no darían para comer ni en un mes de racionamiento estricto, así que pronto sería necesario otro ataque; pero hasta entonces, se podía disfrutar de unos días de paz, que por cierto, vendrían muy bien para recuperarse de las heridas del combate, no en esta tribu, sino en la vecina, por cierto, bastante maltrechos a comparación de sus atacantes que sólo tenían algún que otro chichón en la cabeza.

 

Y aparentemente casi sin venir a cuento, un día llegó al punto de origen de nuestro relato un viejo bajito, barbudo, de pelo blanco, apoyándose en un extraño bastón y pidiendo un lugar en el que reposar las fatigas de su viaje durante un corto plazo de tiempo. Dado que su aspecto no revestía peligro alguno, le dejaron cruzar la cancela de su aldea y a partir de aquel momento, quien en su día sólo era un simple peregrino, transcurridas ya más de ocho lunas, se convirtió en mucho más que un miembro de la tribu. No paraba de relatar las fantásticas aventuras de un grandioso reino de que él era su monarca, aunque fue derrocado injustamente por su hijo ilegítimo y conducido al exilio por sus dos últimos seguidores con vida, que perecieron poco después en las fauces de un dragón volador.

Muchos atendían con asombro ante la mirada inquisitiva de sus ojos grises, que se tornaban más sombríos mientras aquel extraño personaje caracterizaba sus historias gritando y gesticulando amenazas con su melena enmarañada que le confería un aspecto misterioso, que algunos no dudaban en calificar de enajenación. Pero bueno, él hablaba bajo simulando evitar ser oído por los espías que acechaban su trono; describía con rugidos el sonido atronador de un tipo de guerra desconocido para las gentes de la aldea; iba detallando los palacios, templos y ciudades que se erigían para exhibir toda la majestad de su reino; los ataques de unas bestias surgidas de los avernos y el valor de los caballeros que las combatían..., todo, mientras mostraba algunos trucos que probaban su sabiduría, una vez más, ante el asombro de sus incrédulos oyentes.

Para estas gentes, no cabía imaginar un reino, ni historias, ni bestias similares, así que aunque no gozase de credibilidad, todos disfrutaban con sus relatos sentados entorno al fuego ante la tranquila llegada de la noche.

 

Pero una vez más, la paz iba a acabarse, pues el poblado vecino ya planeaba un nuevo ataque. Aunque gracias a eso que llaman casualidad, el hechicero de la aldea, que había salido a recolectar unas hierbas para sus pociones, pudo percatarse de unas sombras que a lo lejos se movían en la noche rumbo a ya imaginamos dónde. Así que no dudó en desprenderse de todos los hierbajos con que cargaba y salir a la carrera en una marcha nocturna y atolondrada de cerca de dos horas de duración.

Si lo hubieseis visto llegar lleno de arañazos, con las rodillas ensangrentadas, cubierto de barro, con los pellejos de lobo que vestía desgarrados como si él acabase de salir de las entrañas del animal tras ser ingerido, o escupiendo palabras indescifrables entre el vacío que le habían dejado los dientes que con anterioridad perdió en combate, sin duda os habría resultado una escena cómica.

Rollos a parte, alertadas sus gentes, corrieron todos temblorosos a refugiarse en lo alto de las chozas. Nuestro visitante era la primera vez que percibía el pavor y la huída acostumbrado al valor y la lucha. No lo dudó y como en muchas otras ocasiones, solo, en medio de esta aldea en apariencia deshabitada, se encaminó hacia las puertas a esperar al enemigo.

Con los primeros claros del alba, pudo distinguir movimiento detrás de unos arbustos; sin duda, ver la cancela abierta de par en par, sin actividad alguna por los alrededores había causado sorpresa. Allí estaban los atacantes discutiendo cómo actuar e indagando acerca de lo que podía haber acontecido en la aldea. Tras unos momentos de meditación y haber consultado con los altos mandos, se decidieron a ir a la carga. Así que en línea de batallón, salieron todos al galope como una estampida incontrolable camino de la aldea.

 

Doscientos metros... Ciento cincuenta metros... Cien metros... cincuenta metros... Veinticinco metros... Y de pronto un hombre sale de detrás de la puerta gritando furiosamente con un bastón en alto y haciendo unos ademanes que asustarían al más feroz de los leones. Instantáneamente, todos se detuvieron desconcertados, pero despavoridos huirían cuando viesen salir llamas de la boca de aquel anciano de melena blanca y desordenada.

¿Qué criatura de este mundo es capaz de prodigios semejantes?. Por aquel entonces, en parajes similares, pocos efectos especiales cinematográficos existían. No hay duda de que algo de maligno había pues en aquel personaje.

Poco a poco, dentro de la aldea, mientras miraban con recelo al autor de tales portentos, todos fueron descolgándose de sus cabañas sin dar crédito a lo sucedido. El enemigo había sido derrotado. Pero no se habló más que para decir que necesitaban formar una comitiva e ir a visitar al poblado enemigo. Nadie se atrevió a dudar de los designios de aquel hombrecillo que sacaba llamas por la boca, chispas por los ojos, furia por todos sus poros y que blandía una vara como el mayor de los instrumentos de combate.

¡Unos hombres descienden por la colina!. ¡Están subiendo la ladera!. No eran estas sus palabras pero sirven para decirnos que esta comitiva se estaba acercando al poblado.

Era de esperar que con garrote en mano y enseñando los dientes, esperarían a sus visitantes, pero no nos precipitemos al juzgar coraje o valentía, porque aún no habían visto a aquel hombre bajito, barbudo, de pelo blanco, apoyándose en un extraño bastón (el hombre que escupía fuego por si andan en despiste).

Todos estos bravos guerreros se refugiaron detrás de las anchas espaldas del cabecilla, aunque el volumen de su cabeza podía poner en duda este título.

Pues bien, allí estaba el enemigo casi reducido a guano (es un decir) ante un hombrecillo que afirmaba ser capaz hasta de oscurecer el sol ¡fíjense!, y para que nadie tuviese a mal juzgar sus palabras, iba a demostrarlo allí y ahora mismo.

Qué sabían ellos de fakires, astrología o eclipses; el caso es que cuando el sol se oscureció, todos se arrodillaron ante el hombrecillo y sus inconcebibles proezas. Pero yo sé que sólo era un anciano cansado de combates y largos viajes por los confines del planeta y que tras numerosas hazañas y descubrimientos, buscaba un lugar tranquilo en el que aguardar ya su muerte.

 

De esta forma llegaron ya al fin de las disputas y fue así como por primera vez en la historia (al menos con testimonio escrito), la razón se impuso sobre la fuerza; los débiles hallaron armas para combatir la tiranía de los más fuertes. Algunos dicen también que a partir de aquel suceso, se inventó la religión y el culto a los astros o las fuerzas de la naturaleza; lo cierto es que tampoco podían explicarse lo acontecido de otro modo, pero bueno, ese es un tema del que ya hablaremos otro día.

No hay comentarios:

Publicar un comentario